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La posibilidad de un estallido

Daniel V. González Analista político

No resultó acertada la profecía de Francis Fukuyama acerca de que, tras la implosión de las dictaduras socialistas en Europa del este y en la Unión Soviética, se abría un futuro de democracia y economía de mercado para siempre, en todo el mundo.

En el momento en que este pronóstico fue formulado, parecía altamente razonable. Y lo era: los estados con planificación centralizada, con su poder dictatorial anexo, habían demostrado su ineficacia económica y su incapacidad para dotar a su población de mejores condiciones materiales de vida.

Además, los regímenes comunistas habían estimulado la rebelión en rechazo a una proscripción de libertades elementales, que llevaba décadas. Todo hacía pensar que socialismo y dictadura cederían el paso a democracia y capitalismo sin discusiones y para siempre.

Lecciones de la historia

Pero la política no se nutre principalmente de la razón. Es la pasión, cuando no la obsesión o el resentimiento, su principal insumo. Y la Historia, aunque sea clara y precisa en sus lecciones, siempre deja la puerta abierta de convenientes interpretaciones para quien insista en no ver la realidad. En los hechos, la idea acerca de las ventajas del socialismo (o su vecino actual, el populismo) persiste como si nada hubiese pasado. Quizá sea en tal sentido que Borges sentenciaba que “el futuro es incierto pero el pasado es completamente impredecible”.

En El pasado de una ilusión, el historiador François Furet intenta una explicación: en tanto el capitalismo tiene insuficiencias, iniquidades y conflictos, siempre existirá la posibilidad de ofrecer un camino más rápido hacia la prosperidad y siempre habrá oídos prestos para tales ideas, aunque ellas hayan demostrado reiteradamente su fracaso.

Las enseñanzas de la Historia, aunque fueran claras e indubitables, no son garantía alguna para que los errores y los caminos fallidos no vuelvan a repetirse, incluso con la adhesión voluntaria de las propias víctimas de la frustración.

No alcanza con tener a la vista los padecimientos y la destrucción material de países otrora prósperos como Venezuela, Nicaragua o Cuba, naciones donde hoy se persigue y se encarcela –cuando no se mata– a quienes piensan distinto, y donde los gobiernos se mantienen por la fuerza de las armas pues en todos ellos es el Ejército el que está sosteniendo un poder político de facto.

La seducción de lo fácil

Las soluciones fáciles y sencillas, las vías rápidas hacia la prosperidad, ofrecen un atractivo irresistible. Quizá sea porque en todos los casos nos eximen del esfuerzo, probado y único modo eficaz de construir una situación mejor y perdurable.

La idea que la solución a nuestros problemas es sencilla está ampliamente difundida por nuestra clase política. Sea por necesidad proselitista, ignorancia o ingenuidad, abundan las promesas facilistas más diversas.

El populismo ofrece explicaciones a tono con su épica: son poderes extraños y hostiles (el FMI, EE.UU., corporaciones) los que consumen nuestra riqueza e impiden nuestro desarrollo. Los liberales recién llegados insisten en el costo de la “casta política” y del déficit presupuestario, al que proponen eliminar de un plumazo, ignorando las reacciones de los actores políticos hoy beneficiados por el gasto.

Y la oposición más viable y sólida, aunque ya dejó de pensar que “parar la inflación es fácil”, aún cree que fracasó en su intento de reelección por un simple error de implementación. Piensa que debió hacer el ajuste al comienzo y no en el segundo tramo de su gobierno, y que se equivocó apenas en detalles. Con estas ideas, es probable que nos encaminemos hacia una nueva frustración.

El ciclo argentino

Los argentinos podemos pasar décadas en una situación de estancamiento y deterioro creciente, con una amplia mayoría reclamando cambios y nuevos rumbos. Siempre encontraremos explicaciones para nuestro hundimiento progresivo.

Lo que, en cambio, nos resulta un argumento irrefutable es un estallido hiperinflacionario o algún desequilibrio grave y manifiesto que afecte a toda la población y que no deje margen alguno para la discusión.

Entonces, sí, comenzamos a tomar en serio nuestras dificultades y estamos dispuestos a contemplar la posibilidad, al menos, de que es preciso intentar otro camino y que este pueda incluir un esfuerzo de meses o años.

Hasta que la economía no se exprese de ese modo tormentoso y fatal, toda discusión parece razonable y puede argumentarse a favor de cualquier política económica, por descabellada que fuera.

Si un gobierno realiza el esfuerzo de bajar el déficit fiscal, recibe el castigo en las urnas y deja al que lo sucede un mayor margen para expandir el gasto y mostrarse benévolo y sensible. Y, a su vez, el gobierno que suceda a este deberá cargar con el costo del nuevo ajuste y recibirá el rechazo generalizado e incluso de sus propios votantes.

Esta sucesión de ajuste-expansión-ajuste parece inexorable. El sueño de quienes gobiernan hoy consiste en pasar la posta bajo la forma de una bomba con la mecha encendida y a punto de estallar para atribuirle, al próximo presidente, toda la responsabilidad de los reacomodamientos imprescindibles.

No es seguro que lo logre. Sería justo que, por una vez, el populismo quede expuesto y pague las consecuencias de sus propios desmanes.

El sueño de quienes gobiernan hoy consiste en pasar la posta bajo la forma de una bomba con la mecha encendida al próximo gobierno.

Opinión

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2022-01-22T08:00:00.0000000Z

2022-01-22T08:00:00.0000000Z

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