La Voz Edición Digital

Huérfanos en pandemia, el Covid más duro para la niñez

COVID-19. Afecta a cada vez más personas jóvenes. Qué pasa con los niños que se quedan sin papás. La historia de Gabriela y sus “mellis”.

Natalia Lazzarini nlazzarini@lavozdelinterior.com.ar

Gabriela Castañares guarda bajo siete llaves el perfume que usaba su marido antes de morir. Cuando el dolor la apremia, abre el frasco de la fragancia Kaiak de Natura y respira aliviada. Como si ese aroma familiar la transportara a las épocas en que Ariel Loza la miraba sentado, ahí, en la otra punta de la mesa.

Cada vez que intenta conciliar el sueño, los recuerdos le carcomen la cabeza. Piensa si sus hijos recordarán a su padre. Si los “mellis” Luciano y Martina, que cumplen un año hoy, tendrán más adelante una remembranza. Ariel Loza falleció de Coviddría 19 el 22 de noviembre, a los 54 años. No tenía enfermedad de base.

“Yo puedo mostrarles fotos, algún video o hacerles escuchar a los ‘mellis’ la música que escuchaba su papá. Pero cómo transmitir un abrazo, las caricias que no llegó a darles”, cuenta Gabriela –41 años, peluquera– a quien conocen como “Lola”.

Diez días antes de fallecer su marido, Gabriela pudo visitarlo en la terapia. Estaba internado desde el 20 de octubre en el hospital Rawson, con neumonía bilateral y afectación de varios órganos. “Creo que me llamaron para despedirme. Le dije que se quedara tranquilo, que ya había pagado el alquiler. Que Martina había probado el puré y Luciano pronto sal

de terapia”.

Sí, saldría de terapia. Es que uno de los “mellis” también estaba internado, del otro lado de la calle, en el Hospital de Niños, hacía cuatro meses. “Mis hijos nacieron sietemesinos. Pasé un embarazo con complicaciones, internada en la Maternidad provincial, sin recibir visitas. Pero tuve un pico de hipertensión y me trasladaron al Florencio Díaz”.

El 9 de mayo, Martina nació con 2.25 kilos y Luciano, con 1,37. Los dos tenían dificultades respiratorias, pero el varón estaba más comprometido. Al mes fue dado de alta, pero el 11 de julio, se descompensó otra vez. Se ahogaba con la leche y le costaba respirar.

Lo llevaron al Hospital de Niños, donde fue hisopado. En forma preventiva, fue a la terapia Covid-19, aunque dio negativo. Y al ser intubado, sufrió un paro cardiorrespiratorio que lo dejaría con múltiples secuelas.

–Dios, llevame a mí y dejalo a mi hijo–, pidió Ariel minutos después de que la vida del pequeño pendiera de un hilo.

La calma que antecede

La atípica primavera del 2020 encontró a la pareja yendo y viniendo al hospital. Ariel –cartero en una empresa de logística y transporte– se escapaba un rato del trabajo para ver a su hijo. Con sacrificio y horas extras, consiguió alquilar un dúplex en barrio Primero de Mayo, a estrenar. La familia se mudó en septiembre, acondicionando una habitación para cuando le dieran el alta al pequeñito.

“Yo no estaba bien emocionalmente y tuve que cerrar la peluquería que tenía en el barrio. Conseguí que la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia (Senaf) me pusiera cuidadoras, de 14 a 20 y de 20 a 8, para que acompañara a Luciano mientras yo estaba con Martina. Todas las mañanas, les hacía el relevo y me iba al hospital para estar con él”.

La casa nueva les dio un respiro que derivó en calma que antecede al huracán. El 9 de octubre, cuando Gabriela quiso entrar a la terapia del Hospital de Niños, se enteró de que era portadora asintomática del SarsCov-2. Lo supo por los hisopados que le hacían de rutina.

“Durante 10 días estuvimos aislados, con mi suegra de 80 años que también se había infectado. El 13 de octubre, Ariel fue al CPC de Empalme a pedir que lo hisoparan. Pero lo mandaron de vuelta. Le dijeron que, por ser contacto estrecho, ya era positivo”, comenta Lola.

El 18 de octubre, días antes de terminar la cuarentena, Ariel se despertó con febrícula, descompostura y dolor corporal. “En la empresa le dijeron que siguiera aislado. Yo llamé al Centro de Operaciones de Emergencias (COE) y me dijeron que le diera paracetamol”.

Dos días más tarde, el hombre de

1.78 metro y casi 90 kilos se descompensó. Fueron cuestión de segundos. No podía tragar y le costaba respirar. Gabriela volvió a llamar al COE, pero le dijeron que estaban todas las camas ocupadas, según relata. Hasta que su hermana Mirta decidió sacar el auto y llevarlo al Rawson.

Por ese entonces, Córdoba vivía su pico de internaciones y muertes por

Covid-19. “Los enfermeros entraban y salían corriendo. Era un caos. Mi marido me pedía agua, pero estaba todo cerrado”, recuerda.

Ya era de madrugada cuando quedó internado en el pabellón 5. Una placa torácica reveló que tenía neumonía bilateral. Apenas le funcionaba el 20 por ciento de sus pulmones.

Te cura o te mata

Gabriela se pasó la peor época de la pandemia de terapia en terapia. Por la mañana estaba con Luciano, en el Hospital de Niños. Y a las 14 se cruzaba al Rawson para pedir novedades por su marido. Los partes médicos se daban por teléfono pero, de tanto insistir, logró que le informaran personalmente.

“Ahí conocí a Fernanda Fernández, la jefa de terapia. Un ser de luz. Me decía que haría todo lo que estuviera a su alcance para salvar a mi marido. Yo le pedí que hiciera lo posible, pero no quería que sufriera”, revela Lola.

Cuando terminaba el raid por los hospitales, se bañaba en alcohol y buscaba a Martina en lo de su cuñado. “No podía permitirme caer. Tenía que estar bien por mis hijos”.

Cuando el 10 de noviembre la llamaron del Rawson para visitar a su marido, sintió que se despedía. Le pusieron doble guante quirúrgico,

Sentí que el amor de mi vida se me iba. Pegué un solo grito, un solo suspiro y me junté en pedacitos. Mis hijos me necesitaban entera.

Ciudadanos

es-ar

2021-05-09T07:00:00.0000000Z

2021-05-09T07:00:00.0000000Z

https://lavoz.pressreader.com/article/281749862230364

La Voz del Interior