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La imposibilidad

Natalia Ferreyra Escritora y periodista

Recibí hace pocas horas el pedido de una trabajadora de la salud. Están recolectando mensajes para médicos y médicas de uno de los hospitales públicos provinciales de la ciudad de Córdoba que está al rojo vivo de camas por Covid-19.

Recolecta mensajes para dar ánimo y fuerzas a personas de carne y hueso (que no son superhéroes, ni políticos de oficio, ni funcionarios, ni jueces, ni empresarios, ni futbolistas, ni periodistas, ni community managers preocupados por algoritmos) que se levantan todos los días para ir a hospitales plagados de casos de Covid. El mensaje tiene que transmitirles que estamos con ellos y ellas.

Respondo con un sí rotundo. Cómo decir que no ante una palabra de aliento.

A los minutos, me envía un ejemplo. Una artista canta una canción de Charly García, les dice a las médicas y enfermeros que no bajen los brazos, que de esta salimos.

Detengo el video; no lo termino. Le vuelvo a escribir a la médica. Le digo que no puedo, que no soy la indicada.

Que no tengo ni la mínima vocación de servicio que ellos y ellas; que tampoco tengo la paciencia y tolerancia con la que se vienen moviendo desde hace más de un año en esta provincia que parece no pensar en ellos. Que mi mensaje sería más de alarde al abandono de un sistema que los necesita, pero no los cuida. Que no me da templanza para imaginarme lo que es persistir en un desastre sanitario cobrando sueldos que siempre son menores que el esfuerzo que hacen. Que mueren salvando vidas, cuando muchas de las personas que llegan a los hospitales respetaron poco o nada las medidas para frenar o, al menos, evitar el virus. ¿Tengo los números?

No, pero conozco al menos ocho casos de personas que no creían en el

Covid-19 y lo pasaron con miedo de morirse.

Siempre pensé que el desafío de no volverse una persona peligrosamente individualista era atravesar los

40 años y persistir en ideas asociadas a políticas comunitarias de empatía hacia la otredad.

Me da pavor estar alejándome de esa frontera. Me vuelvo intolerante ante quienes subestiman el virus o dicen “el virus no mata”.

Me cuesta no hablar de esto. Me vuelvo densa y pesada como una esponja impregnada de lavandina. Pero de qué hablar cuando, ahora, empezaron a morir embarazadas y menores de 40 años. Cuando el número de muertes en promedio por día, la última semana, fue de 565 personas en el país.

La percepción comunitaria de la muerte en esta época a veces me hace acordar de algunos relatos de guerra. El problema es que acá no caen misiles del cielo: el misil circula cuando nosotros, sin querer, salimos a comprar un cafecito a la avenida, sin el barbijo, pero no importa, porque ya fue y estoy harto.

¿Se acuerdan de los aplausos de principios de 2020? Usted, ¿qué le diría a un médico o a una médica del hospital Rawson, del hospital San Roque, del hospital Infantil, del hospital de Clínicas?

A veces me da vergüenza ser parte de una comunidad, de un Estado donde, aun avanzando en el proceso de vacunación, nos vivimos peleando acerca de quién recibió la vacuna y por qué; si mintió o no; si Pfizer es la salvación y siempre lo que está acá, en Argentina, es el demonio, el veneno.

Escuchar a los médicos y médicas, darles visibilidad, el prime time, capaz que empieza a ser una salida.

Me vuelvo intolerante ante quienes subestiman el virus o dicen “el virus no mata”.

Opinión

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2021-06-13T07:00:00.0000000Z

2021-06-13T07:00:00.0000000Z

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La Voz del Interior