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Esos temblores nuevos que vienen del subsuelo

Edgardo Moreno emoreno@lavozdelinterior.com.ar

Diciendo que creen en lo que dicen las encuestas –el crecimiento que muestran todas para el espacio político libertario–, los principales referentes políticos nacionales coinciden en que es posible un nuevo escenario de tres tercios electorales. Si esa división por tres se confirma en las urnas, el país estaría asistiendo a otro quiebre de su sistema de bloques políticos. Así como la crisis de principios de siglo decantó una fractura del bipartidismo tradicional, que ya se venía insinuando, la crisis de hoy dejaría atrás el esquema de dos coaliciones que comenzó a alumbrar en aquel momento.

Pero esta nueva comprobación del “estado del arte” del sistema político sigue siendo superficial; continúa sin internarse en lo que está sucediendo en el subsuelo. Allí donde las corrientes profundas pueden cambiar tendencias de largo plazo y emerger como fenómenos en principio incomprensibles.

Entrevistado por el diario La Nación, el sociólogo Pablo Semán lanzó días atrás un par de tesis sugestivas sobre esos procesos que desafían la concepción dominante. Para tratar de explicar el crecimiento de Javier Milei, Semán propuso entender que “una economía en la que crece el sector informal es una economía en la que la categoría de emprendedor ya no es solamente una categoría económica; también es una categoría moral”.

Semán no lo dice, pero puede deducirse: una categoría moral opuesta – por definición– a los privilegios de quienes se apropiaron del Estado en beneficio propio. Desde el contratista Lázaro Báez y sus émulos en todos los niveles del Estado nacional, provincial y municipal, a los docentes universitarios que comen de la mano del régimen que predican. Y hasta el empleado público que, mientras el resto de la sociedad se hunde en una inflación de tres dígitos, obtiene una cláusula gatillo para sus haberes que percibe puntualmente. En dos tercios del electorado hay una reacción contra el Estado. No sólo porque se dice omnipresente mientras apenas hace la mueca de resolver los problemas, sino sobre todo porque excluyó mientras declamaba inclusión.

Esos privilegios distorsionan la mirada política. “El kirchnerismo se acostumbró muchísimo a analizar a la sociedad con los recursos de la pompa y el mando, y a tener un mangrullo que era el Estado”, dice Semán. No es difícil imaginar la conclusión: mientras había plata para hacer populismo, se paraban en la puerta de ingreso cobrando la entrada al Estado, a cambio de recitar el catecismo del Gobierno. Cuando se terminó el dinero, los indios empezaron a recelar del mangrullo, a perderle el respeto a la doctrina y a cascotear el rancho. Por eso concluye Semán que la crisis de la democracia, expresada a través del ascenso de candidatos autoritarios, es una crisis del Estado. De ese Estado faccioso que se construyó en 20 años, ¿qué duda cabe?

Despiertos, pero quebrados

Antoni Gutiérrez Rubí, consultor político en varias de las ventanillas del actual oficialismo, advirtió de algo parecido en el diario español El País.

Sugiere que la novedad a la que asistimos es que el miedo al populismo reaccionario ya no da miedo. Sostiene que los espacios políticos tradicionales sienten que deben combatir contra el fenómeno libertario porque entienden sus consecuencias, pero se les hace muy difícil porque no comprenden sus causas. Del centro a la derecha subestiman o cortejan a Javier Milei. Del centro a la izquierda, pretenden alertar provocando miedo. En ambos casos, sin resultados a la vista.

Gutiérrez Rubí se permite señalar recursos que ya no sirven frente a la realidad emergente. La advertencia sobre lo negativo, por ejemplo. La crisis social y económica creciente torna muy difícil explicarle a sus víctimas que se puede estar peor que mal.

Tampoco colabora la cada vez más extendida deshistorización de los procesos políticos. Carl Schmitt sostenía que la Revolución Francesa instauró el dogma de la efectividad de la filosofía de la historia. El derecho pasó a ser lo que sirve al progreso. Y crimen, aquello que lo detiene. Pero ¿qué pasa cuando la historia pierde su valor como herencia a conservar? ¿Qué sucede cuando un espacio que fue hegemónico durante dos décadas como franquicia incuestionable del progresismo termina cerrando su ciclo con un gobierno empobrecedor, conducido por un liderazgo corrupto y una gavilla de privilegiados? ¿De qué sirve conservar esa historia si sólo fue una monumental mentira?

La apuesta cultural más extendida del último progresismo, la relativización moral, tampoco ayuda. Porque admite, por defecto, la banalización de los valores antidemocráticos. Vale para la política la consigna que descubrieron en la posmodernidad los gerentes de muchas grandes empresas norteamericanas: Get woke, go broke. Algo así como: despiertos y obedientes ante cualquier moda que ordene la corrección política, pero quebrados para sus seguidores. Todo un mensaje posible para Juntos por el Cambio.

Esta novedad conecta con otra que subraya Gutiérrez Rubí: la naturalización del exceso. El lenguaje políticamente correcto es desplazado por el insulto. Los exabruptos son más histriónicos. Después de 20 años de intelectuales que vendieron como verdad absoluta la capacidad performativa del lenguaje, la crisis les devuelve ingratamente a sus mejores alumnos: quienes expresan su rabia a los gritos creen que con eso cambiarán las cosas.

Reivindicar posiciones extremas ha dejado de ser visto como una incorrección antisistémica, dice Gutiérrez Rubí. El kirchnerismo hizo escuela, cuando le refregaba su intolerancia al resto de la sociedad en sus años de abrumadora mayoría. Predicaba con gesto de afectación que la patria era el otro, al mismo tiempo que exponía sin tapujos su voluntad de ir por todo. ¿Puede sorprenderse el populismo de izquierda por haber parido en el espejo a un populismo de derecha?

Política

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2023-05-31T07:00:00.0000000Z

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