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Corazón solidario

Se fue como médica voluntaria a Haití y ahora trabaja en el hospital ambulante en Córdoba.

Lisandro Tosello ltosello@lavozdelinterior.com.ar

En su historia de vida, Romina Madrid (40) siempre supo que quería dedicarse de “grande” a hacer algo que tuviese que ver con ayudar a los demás. Se inclinó por estudiar medicina en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). “Los ingresos eran superreducidos en el 2000. Fue difícil”, cuenta con felicidad, a 23 años de aquella experiencia.

En su formación como estudiante universitaria, Romina pasó por decenas de hospitales públicos y de otros centros médicos donde aprendió, se especializó y forjó la pediatra en la que se convirtió.

Mientras, ese deseo de ayudar y de transformar realidades se agudizó. “Pediatría es clínica, básicamente. Nos da herramientas para atender a ‘los pequeñitos’, pero también tenemos conocimientos para ayudar a los más grandes”, grafica.

En 2011, con tan sólo 28 años, Romina finalizó su residencia en pediatría y un largo camino profesional que había iniciado una década antes. Trabajaba en un centro médico donde todo funcionaba con normalidad, pero ella necesitaba otro desafío. Fue así que agarró su estetoscopio y se fue a hacer medicina a los barrios de la ciudad de Córdoba.

Ese mismo año se le presentó un desafío humano y profesional: ser casco azul en una misión de Naciones Unidas en Haití. La médica no dudó. Juntó coraje y fue al país caribeño para ponerse a servicio.

En 2010, Haití sufrió un terremoto devastador que dejó más de 200 mil muertos y multiplicidad de daños. Y las desigualdades en ese país, el más pobre de América, se profundizaron cada vez más.

“Fue un gran reto ir a Haití. En ese momento, ser casco azul era formar parte de un trabajo para la Organización de Naciones Unidas. La ONU empleaba a personas con distintos perfiles. Con el grupo que fui, trabajamos en un hospital reubicable en Puerto Príncipe”, explica a La Voz .Y enumera: “A la misión fuimos médicos con distintas especialidades. Yo fui como generalista. Pero también había otras personas que iban para hacer la potabilización del agua, trabajos de electricidad, entre otros”.

Volver, una y otra vez

El primer viaje que Romina hizo fue con una permanencia de seis meses. Y si bien se desempeñó en el hospital que la ONU había montado en Puerto Príncipe, la capital de Haití, a las pocas semanas decidió salir de ese campamento y también atender en orfanatos, en los campos de desplazados. Quería ver el Haití más duro y cruel.

“Desde que se pone un pie en Haití, el mundo cambia. Estamos acostumbrados al agua potable, a tener luz eléctrica, a estudiar en escuelas y en universidades públicas. E incluso, a tener salud pública. Allá nada de eso existe. Todo es mucho más difícil”, relata Madrid.

Una vez que concluyó ese trabajo, la ONU decidió retirar la misión en Haití por cuestiones de seguridad.

Romina, su esposo y otros colegas regresaron a Córdoba.

Retomaron sus empleos privados para sostenerse. Pero no se olvidaron de esa experiencia que los había transformado.

Al quedarle algunos contactos en el país caribeño, decidieron volver en otras oportunidades. Esos viajes ya fueron por su cuenta, fuera de la misión de la ONU. “Tratamos de ir una vez al año. Llevamos ayuda médica y humanitaria. Esta tarea nos reconforta la vida, el alma y el corazón”, confía la profesional.

La adopción de Claudine

Hace dos meses, Romina viajó a la ciudad de Anse-à-Pitre, una comuna de Haití situada en el departamento sudeste. Fue a tantear territorio para el próximo viaje que tiene planificado para enero de 2024.

Actualmente, la situación que afronta el país es de extrema violencia. Llegar a Puerto Príncipe es imposible, por la escalada de inseguridad y de homicidios que se registran.

La situación más estable, en ese marco, es volar a República Dominicana y luego, por vía terrestre, viajar hacia la frontera para llegar a Anse-àPitre, donde se podría atender a pacientes. Siempre, con la colaboración de personas oriundas de Haití, que respaldan el trabajo solidario de Madrid y de otros profesionales.

En uno de los tantos viajes, y de las prestaciones de salud que la profesional hizo en asentamientos de montaña junto con una monja francesa, conoció a Claudine, una pequeña que hoy es su hija mayor.

“Cuando empezamos a trabajar con la religiosa, muchas personas se nos empezaron a acercar, tomaron confianza y vieron en nosotros que podíamos ser una solución a algunas problemáticas que ellos tienen”, describe la médica. “Y en ese marco se da la adopción legal de nuestra primera hija, que hoy tiene 16 años”, cuenta.

Romina conoció a la nena cuando tenía 3 años en una atención médica. “Ese día vi a muchos niños. Habíamos llevado chupetines. Cuando me toca verla a ella, le doy la golosina y ella me cuenta que era la primera vez que comía ese dulce”, narra.

Romina dijo que esa respuesta la movilizó. Pero la historia quedó ahí. En otro viaje, la vuelve a ver en otro asentamiento de montaña. Ahí los vecinos le cuentan la historia familiar que Claudine atravesaba: con tan sólo 3 años ya había sido vendida para ser restavek.

“La habían vendido para ser empleada doméstica de otros haitianos con mayor poder adquisitivo”, relata Romina.

Fue en ese marco que decidió, junto con su esposo, adoptar a la niña. “En un punto, te das cuenta de que no podés solucionar los problemas de todos, pero nosotros quisimos darle amor, una casa y educación a ella”, dice.

El proceso de adopción no fue fácil. Al igual que en Argentina, Madrid explica que es complicado porque no hay un organismo que acelere la papelería.

“En Córdoba hay otras familias que han adoptado. Pero nuestra experiencia fue tormentosa”, recuerda.

Hoy, su hija mayor nacida en Haití está superintegrada en Córdoba. “Llegó de pequeña. No hablaba español, pero aprendió rápido. La escuchás hablar y no te das cuenta de que es haitiana”, dice con emoción la médica. Y confía: “Ama bailar y cantar”.

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2023-05-31T07:00:00.0000000Z

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